sábado, 13 de julio de 2019

Los difuntos y yo.
A lo largo de mi vida, he enfrentado a la muerte cada vez con mayor dolor, quienes se han adelantado en el viaje hacia la luz han dejado en mi una huella distinta; una sensación de soledad, que no sé si es normal para todos los seres humanos que enfrentamos la pérdida de un ser querido. Las dos ausencias que me perturban a diario son sobre todo la de mi madre y mi abuela, que a la postre es casi lo mismo porque para mi Isabel, mi abuela, tenía la misma importancia que mi madre. Todos los días, desde hace veinte años lloro su ausencia y habló con ellas, les pido consejo, les solicito que me iluminen y hasta he llegado a sentir que me regañan cuando no hago las cosas como deberían ser. La relación con ellas es tan cercana que mis hijos hablan de ellas como si las hubiesen conocido, Francisco el más pequeño hasta nombró dos estrellas con los nombres de su abuela y bisabuela, las cuales saluda cada noche, cuando ve el cielo. Ellas han estado siempre presentes en mi historia de vida. Mi padrino Ramón el esposo de mi tía Mercedes, también fallecida recientemente, es uno de esos difuntos que ha guardado siempre especial significado para mi, él fue en mucho referente para mi conducta como hombre de bien, aunque debo confesar que era bastante huraño en vida, lo recuerdo con un montón de cosas positivas que a lo mejor pocos conocieron en él. Especial recuerdo merece, a quien con cierta frecuencia traigo a las conversaciones con mi familia, mi tía Hirma “Mima”, en realidad mi prima, una mujer que desde que abrí los ojos me trató con un cariño especial y a quién vi partir con dolor en mi adolescencia. Cada vez que comemos arepas o fríjoles “pira”, como decimos en Paraguaná, les digo a mis hijos que nadie hace unas arepas como las de Mima. Mi tío Hilarión es un ser superespecial del cual tengo un recuerdo que marcó mi vida, fue sin duda un intelectual autodidacta que se nutrió de la lectura y engranó con la experiencia vivencial una historia digna de ser contada en un libro, que comencé y algún día terminaré. Fue precisamente mi tío Hilarión quien me mostró el maravilloso mundo de la lectura, razón por la cual, hoy Ustedes pueden leerme. Mi tío Salvador, ha sido el ser más particular que he conocido, aficionado a la lectura y con gustos por la cultura general, era algo así como el modelo a seguir, recuerdo que en el mostrador de la Panadería Salmira, de su propiedad, siempre me hablaba de música clásica y nunca lo ví sin un libro en la mano. Su frase: “no se preocupe por lo que tiene remedio, que eso se soluciona y menos por lo que no tiene, que no vale la pena” la he acuñado como grito de guerra. Cuando cierro mis lentes, parece que lo escucho diciéndome: “Los anteojos no se cierran nunca, se guardan abiertos”. Mi tío Napoleón un hombre pintoresco, alto hasta la exageración era en más el menos dado a la lectura de todos ellos, no por deseo propio sino por imposición del Glaucoma que afectó toda su vida, él era el hermano gemelo de mi papá y eran diametralmente opuestos en todo. Mi tío Sulpicio, el poeta, conocido como Josué Marinis Di Cuba ( seudónimo de poeta que acuñó, pese a las protestas de todos sus hermanos) es un ser tan, pero tan particular que algún dia les contaré sólo sobre él, porque de sus aventuras no salé un libro sino una obra como diez tomos. Mi prima Ana Isabel, es una muerte que no asimilo, ella se fue muy temprano, su alegría y su desparpajo en el disfrute de la vida es un recuerdo que dibuja una sonrisa es mi labios. Entre los amigos, hay alguien cuya ausencia me dolió mucho, mi amiga Sonia Saab, quien se fue de repente, cuando más falta nos hacia. Toda esa gente vive en mi y conmigo, algunos faltan y no los nombré no porque no los considere importantes sino porque son ellos quienes me han acompañado desde su partida. Una especial mención debo hacer de mi mascota la aristócrata gata “Fryda”, todavía cuando me levanto para ir al baño busco su presencia en la puerta, acompañándome cada noche durante los dieciséis años que vivió con nosotros. La hermana muerte ha dejado huella en mí, pero me ha dejado el regalo del amor de quienes he amado y me han amado de una forma u otra. Ella y yo hemos tenido una relación de amor odio, pero una coexistencia de respeto y tolerancia, llegamos a un acuerdo, no me molestará a mi directamente hasta los sesenta años, es entonces cuando mis hijos estarán preparados para sumir la vida con las herramientas que les herede, porque dinero no hay (hasta ahora), ya todos están preparados para eso, viviré sólo hasta esa edad; algunos protestan, otros me regañan, pero ese es mi acuerdo con Dios, y estoy seguro que él me permitirá que así sea. Porque hasta los sesenta….se los cuento en otra oportunidad. Debo trabajar…..he dicho